EL PODER, EN ZAPATILLAS: DEPORTE, LIDERAZGO POLÍTICO E IMAGEN PÚBLICA’

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An article by Pablo Sánchez Chillón, Lawyer, International Speaker, Strategy and Public Affairs Advisor and Urban Advocate. Pablo is the Director of Foro Global Territorio & GlobalGOV, the first Reputational Think Tank in Spain and coordinates #CMAP, Master on Political Communication and Public Affairs. Check out the work of Pablo as Chief Editor of Urban 360º. This article is published with the support of GlobalGOV & Foro Global Territorio.

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Correr como actitud. Cuentan sus biógrafos que Nelson Mandela, mientras estuvo recluido en la siniestra Sudáfrica del Apartheid, no dejaba pasar un día de cautiverio sin correr una hora en su celda de 3 metros cuadrados, y que esta férrea rutina deportiva, que acabó por desquiciar a sus carceleros, le ayudó a ahuyentar a sus fantasmas y a sobrevivir a los 27 años de presidio en la siniestra Robben Island.

Desde luego, la épica imagen de un Madiba disciplinado, íntimo e irreductible intramuros no es comparable con la proyección pública de la relación entre deporte y poder que caracteriza a los líderes políticos de nuestros días.

Felipe_Gonzalez_Adolfo_SuarezSi, por ejemplo, a los protagonistas de la Transición política y los primeros años de democracia en España, tras la austeridad y contrición de la Dictadura de Franco, los recordamos, sin reproches, pegados a un cigarro y a un vaso de coñac Fundador en humeantes tabernas y discretos conciliábulos madrileños, la democracia pop de nuestros días, que ha hecho de la política un ingrediente más en el menú del entretenimiento colectivo total, nos sitúa ante un escenario bien distinto.

Que con el pasar del tiempo el deporte se haya convertido en un fenómeno social de extraordinaria importancia e impacto global, es algo conocido por todos. Sin embargo, no siempre fue así, y menos, su uso interesado en manos de la propaganda, la comunicación política o el relato de los poderes establecidos.

En 2002, Teresa González Aja coordinó la edición en Alianza Editorial un interesante conunto de ensayos, SPORT Y AUTORITARISMOS, que nos sitúa en el período de Entreguerras del convulso siglo XX, una época de agit-prop y paroxismo sentimental en la que los gobiernos comenzaron a interesarse por la dimensión espectacular del deporte y en la que el «sport» (que así se denominaba entre las clases cultas y sus escasos practicantes) acabó convirtiéndose en ese constructo global que hoy conocemos como deporte.

A caballo entre la construcción del relato identitario, la declinación de los atributos del nacionalismo, el irredentismo más procaz o la apelación a la épica y gestas de la raza o la fraternidad y conciencia de clase universal, el deporte empezará a utilizarse en esta época como elemento de prestigio entre los pueblos, los bloques y las naciones, así como en instrumento de propaganda y testimonio del vigor y fortaleza de las ideologías, primero, y los regímenes totalitarios, después (comunismo y fascismo), acabando por convertirse en un elemento clave para el diseño del gran teatro de las relaciones internacionales.

Ya sea con la media sonrisa que provoca hoy la imagen de un Mussolini descamisado liderando, azada en mano y en el culmen de su hombría, la Batalla del Grano en la Italia Fascista y autárquica (con la que el régimen fascista pretendía «liberalizar a Italia de la esclavitud del pan extranjero» aumentando la producción nacional mediante la extensión de la superficie cultivada y la modernización de las técnicas de cultivo) o evocando la afrenta de Jesse Owens en el podio de los Juegos Olímpicos del Berlín nazi de 1936, la relación entre deporte y poder, y de manera específica, la temperatura de las relaciones internacionales ha sido no pocas veces calibrada a la luz del impacto y repercusión generado por los eventos deportivos y su contexto de producción, su iconografía y envoltorio simbólico, tan seductor para la comunicación, la propaganda y el mensaje político ventajista. Quizás hoy, buena parte de esta relación entre poderes y deporte haya de descifrarse abríendonos paso entre las columnas del  denso humo de los habanos en los palcos de los estadios de fútbol en los que el establishment gusta de exhibirse, aunque esta es otra cuestión. Y parafraseando al Marqués de Custine sobre la Rusia zarista podríamos decie que «la Política es un gran teatro, y en ella sólo hay actores».

Quienes hayan cumplido ya los 40 años evocarán episodios significados en nuestra historia reciente en los que sport y política han caminado juntos, y en los que la visión cosmogónica y sistémica de ideologías y potencias ha colisionado en torno al deporte, la necesidad de victorias simbólicas en los terrenos de juego y las gestas de unos atletas condenados a ejercer, quisiesen o no, de heraldos del poder que los alentaba, respaldaba y sostenía. Desde las innovadoras reivindicaciones del black power en México 68, a los sonoros boicots olímpicos en 1980 y 1984 entre la soviéticos y norteamericanos o -en clave tiernamente doméstica española-, el gol de Marcelino a la URSS del gigante guardamenta Yashin (la ‘Araña Negra’) en la final de la Eurocopa de 1964 y que el franquismo declinante elevó a la categoría de hazaña de la raza, el poder establecido y la política han utilizado al deporte como vehículo y caja de resonancia de su mensaje, consciente de su capacidad para agitar, conmover y despertar las pasiones más profundas de la ciudadanía.

boris johson runsEn todo caso, mucho ha llovido desde entonces. En nuestros días, la irrupción de la tecnología digital, la experiencia de la democracia del tiempo real y las urgencias de la conectividad ubicua y personalizada ha transformado, también, la mise-en-scène de la Comunicación Política, así como la entidad y contenido de los mensajes en los que liderazgo, deporte e imagen pública se combinan para generar un producto atractivo para el elector/espectador.

Evidentemente, las exhibiciones de vigor y fortaleza del líder de las que tanto abusó la Italia Fascista, por ejemplo, poco tienen que ver con los relatos contemporáneos en redes sociales de los mandatarios de nuestras democracias pugnando, en zapatillas, contra su apretada agenda y las inercias de su condición física, pero en el fondo, y con todos los matices, responden a la misma lógica de refuerzo de la imagen pública y versatilidad de unos personajes obligados, por trabajo, a lidiar con escenarios de solemnidad institucional y gravedad decisoria, y a los que nos gusta conocer, de vez en cuando, en actitud humana y convencional, ya sea cocinando unas cookies en prime time o esprintándole a unos adolescentes.

Al deporte practicado por profesionales y disfrutado con deleite por todos los demás desde la comodidad del sillón de orejas, sucedió, casi sin darnos cuenta, la hora de los mandatarios en zapatillas en los medios de comunicación y en la escena digital, como reflejo natural de un liderazgo soft, muy acorde con una sociedad abierta, superficial y algo más tolerante y crítica que la de la Europa de Entreguerras.

En este orden de cosas, los políticos, lejos de conformarse con su papel de opinadores esporádicos sobre cuestiones deportivas (el clásico repertorio de cierre en una entrevista política en la que el periodista formula la irrenunciable pregunta sobre las aficiones y militancias futbolísticas de este o de aquél mandatario), y escapando de su rol de entregadores de medallas y diplomas deportivos, decidieron, de conformidad con sus equipos de asesores, practicar ellos mismos el deporte de una manera notoria, pública y publicada.  Por esta razón, en este estado de normalidad multi-pantalla de la que participamos todos los días, nadie se sorprende hoy de ver a un Presidente enfundándose unas mallas mientras comparte la foto en Twitter. Run, Forrest, run. Es parte del espectáculo.

Tomemos el ejemplo de la España actual. Es verdad que en este país, aunque vivimos tiempos de sobresalto, populismo y campaña política permanente no llegamos a alcanzar la intensidad de ese iconostasio de la virilidad esteparia al que nos tiene acostumbrados el premier ruso Vladimir Putin, que igual caza un oso en Siberia a pecho descubierto que se zambulle, machete en boca, en las heladas aguas de un río siberiano mientras posa para su fotógrafo oficial.

16908253_258993304511280_4352465161357885440_nSin embargo, en nuestra imperfecta democracia, y desde el punto de vista de la comunicación política, el líder deportista, esforzado y constante, que es capaz de encontrar un hueco en su apretada agenda para calzarse unas deportivas, se nos presenta como un producto de la comunicación cada vez más recurrente, que lo acerca, humaniza y rejuvenece ante nosotros.

Ver a un mandatario o sus retadores corriendo al amanecer con la mirada fija en el horizonte, o coronando una cima con la frente perlada de sudor, evoca, como poco, la inevitable metáfora política de la carrera de fondo del líder (o su soledad) o, acaso, la de la indeleble huella de su legado. Y así, hasta la alegoría infinita.

Hace unas semanas, y al calor de una memorable conversación, me contaba con discreción un buen amigo que se desempeña como spin doctor de un conocido líder nacional (algo así como el Jefe de Gabinete/Responsable de Comunicación en las series políticas americanas, para entendernos),  el drama, en términos de estrategia de comunicación al que se enfrentaba su equipo de asesores, cada vez que el guión de la campaña electoral (permanente) exigía al candidato, más aficionado a la buena mesa que a los deleites del deporte, ponerse un chándal de nylon para jugar una pachanga con militantes esforzados y motivadísimos y convenientemente provistos de palos selfie y cuentas de Instagram para compartir la hazaña en tiempo real. En síntesis, un desastre en términos de ortodoxia electoral, al que, sin embargo, no podían renunciar.

Recuperemos el caso español como ejemplo. Ya sea la desaliñada puesta en escena deportiva de un Mariano Rajoy sesentón caminando con paso decidido entre la fronda gallega, el postureo JASP del nuevo Presidente del Gobierno español Pedro Snchz en mallas de correr o imprudentemente subido a las aspas de un molino de viento junto a ese héroe imposible y contemporáneo que es Jesús Calleja, o los impostados torneos de basket callejero y canalla de un contradictorio Pablo Iglesias más preocupado por posar con la camiseta con la bandera republicana que por desentrañar los insondables secretos del dribling, o bien, la aseada pasión dominguera de Albert Rivera por el motociclismo de proximidad, cada personaje político de nuestro tiempo ha encontrado en su relación con el deporte y en su forma de comunicarlo, un resorte más para la edificación de su liderazgo y su imagen pública, además de un yacimiento fértil para los implacables creadores de memes en las redes sociales.

Fue el Presidente español José María Aznar quien, antes de sucumbir a ese estado de sobria vigorexia deportiva permanente en el que anda instalado, inauguró en nuestro país una nueva era de la retórica del Poder en Zapatillas que se extiende hasta nuestros días, y que se nos presenta tan distinta, en términos de comunicación del liderazgo, de la puesta en escena presidencial de un Leopoldo Calvo Sotelo que tocaba el piano en el recogimiento de sus ratos libres o la de un Felipe González enredado entre bonsáis, habanos y solaje de Bodeguilla.

Se cuenta que José Luis Rodríguez Zapatero, que acostumbraba a jugar al basket con sus invitados en la cancha que se hizo construir en su residencia oficial del Palacio de la Moncloa, convencido de la necesidad de marcar diferencias de estilo con su antecesor (al que nadie osaba derrotar al pádel) se dejaba perder con deleite, ya fuese por cortesía, deportividad o por alianza de civilizaciones, algo que aprendió de su admirado Barack Obama, también aficionado al baloncesto, aunque ZP fuera un político alto y el americano, un líder de talla.

En el plano internacional, la relación de los líderes con el deporte se ha convertido, igualmente, en una cuestión de relaciones públicas y comunicación, impensable hace unos años.

photo_collage1511256298687.pngEn efecto, a la insultante gracilidad atlética de un Justin Trudeau en Canadá (que no sale a correr sin su fotógrafo) se contrapone, en términos de ejecutoria deportiva presidencial, la oronda y dorada imagen de Donald Trump con un hierro 7 en la mano, la sobria efigie de Ángela Merkel entre senderos bávaros, el trekking by Decathlon de Theresa May en los Cotswolds,  la esforzada puesta en escena de Boris Johnson, o last, but not least, el estudiado indigenismo futbolístico de un Evo Morales que pierde la serenidad andina cuando se calza las botas de tacos.

Cabría preguntarse, finalmente, si en la Europa de las súper-capitales y el nuevo poder urbano, las cosas son muy distintas: ¿has visto alguna vez a tu Alcalde o Alcaldesa corriendo en mallas por la ciudad? Espera unos meses. La pre-campaña se acerca y a la imagen ya convencional de un líder político estrechando manos y abrazando a niños (aterrados) en mercados públicos se añadirá, a buen seguro, la del mandatario, la del aspirante y la de su corte de milagros en actitud dolosamente deportiva. Mens sana.


An article by Pablo Sánchez Chillón, Lawyer, International Speaker, Strategy and Public Affairs Advisor and Urban Advocate. Pablo is the Director of Foro Global Territorio & GlobalGOV, the first Reputational Think Tank in Spain and coordinates #CMAP, Master on Political Communication and Public Affairs. Check out the work of Pablo as Chief Editor of Urban 360º. This article is published with the support of GlobalGOV & Foro Global Territorio.
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