‘GRANDE VELOCIDADE’: LA SMART CITY EN LA POLÍTICA MUNICIPAL.

An article by Pablo Sánchez Chillón, Lawyer, International Speaker, Strategy and Public Affairs Advisor and Urban Advocate. Pablo is the Director of Foro Global Territorio & GlobalGOV. Check out the work of Pablo as Chief Editor of Urban 360º. This article is published with the support of GlobalGOV & Foro Global Territorio.
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[Publico hoy la segunda entrega del (NUEVO) MANUAL PARA FIELES DE LA INNOVACIÓN URBANA: ESTRATEGIAS DE DIGITALIZACIÓN Y COMUNICACIÓN PARA LAS CIUDADES Y GOBIERNOS MÁS INTELIGENTES, en el que comparto los Capítulos 2 y 3 de este volumen, que considero de utilidad para los políticos y sus equipos, lo será también para los lobistas y profesionales de los asuntos públicos en los entornos municipales, para los estrategas y consultores del sector privado que orbitan alrededor del poder local y para esa legión perdida de delegados comerciales que llevan años llamando a las puertas de los equipos de gobierno locales con una cartera – y una Tablet- cargadas de soluciones totales para las ciudades, y que sólo pueden movernos hacia la ternura, al comprobar lo poco que saben de organización local, de entornos de decisión pública municipal y de mecanismos de gestión y organización del poder en las ciudades.

[Los primeros 2 Capítulos y la Introducción al volumen, publicados hace unos días pueden leerse aquí. El Manual, que consta de 20 Capítulos, se lee como un todo, e irá apareciendo extractado, en esta página durante las próximas semanas].


Capítulo (3).  VER (Y ENTENDER) PARA CREER: SMART CITIES, LIDERAZGO PÚBLICO Y LA TENSIÓN SEXUAL NO RESUELTA ENTRE TECNÓLOGOS Y NEO-PRIMITIVISTAS DE LA CIUDAD.-

Durante unos años, la carrera por la innovación en el ámbito de las ciudades se ha vivido a grande velocidade.

Alcaldes, Concejales multitasking, empresas, consultores, asesores (y pocos arquitectos o juristas, por citar otras profesiones) corrieron desde y hacia los Ayuntamientos, cargados con soluciones tecnológicas variopintas y mucho storytelling, seducidos por la idea de convertirse en referente nacional, regional, mundial o universal en términos de innovación urbana.

Desde la (inexcusable) modernización de infraestructuras, estructuras, procesos y formación del capital humano de los entes locales hasta la proyección de la ciudad como laboratorio y banco de pruebas para nuevos artefactos y de tecnologías urbanas, pasando por la instalación de plataformas de control omnímodo de los procesos de la ciudad, la carrera por la Smart City sacudió las apacibles aguas de la innovación municipal convocando a muchas ciudades a las mesas, debates y congresos en los que se hablaba de mejorar la vida de los ciudadanos aplicando inteligencia, tecnología y buenas dosis de sentido común urbano.

En muchas ocasiones, esta frenética carrera por liderar el proceso desde los Ayuntamientos, por incorporar, acríticamente, tecnologías y soluciones para gestionar de modo eficiente (¿existe otro modo tolerable de gestión de la cosa y el dinero públicos?) y por desbancar a los competidores en los numerosos ranking que ordenan a las ciudades como si de concursantes de Eurovisión se tratase (con sus luces, previsibles actuaciones y su atrezzo desmedido) ha llevado a no pocos municipios y a sus responsables a incurrir en severas contradicciones programáticas, en sonados patinazos de gestión y en dolorosos derroches presupuestarios, que obligaron a deshacer el camino andado y a proscribir, por muchos años, cualquier atisbo de iniciativa de innovación con cargo al presupuesto municipal en dichas ciudades, relegando a no pocos pioneros políticos de las Ciudades Inteligentes  al oscuro trastero del olvido, cuya llave la guarda una sobria legión de neoprimitivistas locales. Acción – reacción.

Dicho esto, es verdad que, transcurrida casi una década desde la irrupción del paradigma de la Smart City en nuestro país, el saldo, en términos netos, es favorable para el modelo, y la innovación urbana, la modernización de estructuras municipales y la colaboración público-privada, desprovistas del mesianismo salvífico de los primeros tiempos de la Ciudad Inteligente, han arrojado resultados apreciables, pasando a convertirse este compromiso con el progreso local basado en la modernidad, la tecnología y la implicación ciudadana (nótese que no hablo de participación) en uno de los 4 o 5 vectores que sustentan la comunicación de gobierno de nuestros líderes municipales durante estos tiempos.

En efecto, algunas ciudades, -que contaban previamente a la epidemia de inteligencia urbana con una visión, un programa estratégico, unos profesionales públicos preparados e informados y un ecosistema público-privado acostumbrado a cooperar bajo fórmulas menos rígidas que las que propone la legislación de contratación, supieron sacar partido a este salto adelante de la Ciudad Inteligente, consiguiendo resultados tangibles que hasta los más críticos con la gestión política de los equipos municipales, han de reconocer. Málaga, Santander, Rivas o Barcelona, por citar algunas capitales españolas supieron surfear la ola, y hoy, mutatis mutandi, recogen frutos de la alineación entre voluntad y liderazgo político, tecnologías urbanas razonables e implicación del sector privado, además de haber logrado atención, repercusión, impacto, negocio e influencia para sus ciudades, sus líderes y su ecosistema emprendedor.

Es cierto que el molde inteligente no es universal e intercambiable, per se, entre territorios, y que los epítetos con los que se describe y desglosa el compromiso de las ciudades con la innovación han ido creciendo y diversificándose con el tiempo, alcanzando algunas de las sub-especies narrativas de la Smart City, condición de verdaderas categorías autónomas (ciudades emprendedores, resilientes, digitales etc). En todo caso, creo que la Ciudad Inteligente es, más allá de las etiquetas, las modas, los portafolios de las empresas y las (respetables) críticas de los apóstoles de la negatividad, un cambio de paradigma natural en la forma de entender, planificar y gestionar la ciudad (y de habitarla), aunque en las primeras fases de ideación y diseño de estrategias asuma las características de una verdadera cuestión de fe para quienes se interesan por ella.

Sin embargo, la primera tarea del líder municipal ante el empalagoso menú de la innovación urbana, es, precisamente, entender de qué hablamos cuando hablamos de Smart City (para después, definir qué pretende alcanzar el municipio por esa vía de la Ciudad Inteligente y sus artefactos). Como decía Einstein:Si no sabes explicar algo de manera sencilla, es que no lo entiendes del todo”. En este contexto, difícil será que alguien pueda motivar equipos, colaboradores o socios o implicar a la ciudadanía en un proyecto de Smart City / Innovación Urbana si no ha trabajado en su caracterización, o si no se lo cree o no lo ha entendido (si tienes dudas, siempre puedes volver a las fuentes). 

El segundo de estos trabajos debidos a la Ciudad Inteligente, es sin duda, el de ejercer un verdadero liderazgo, que normalmente recae en el Alcalde o Alcaldesa del municipio, y se organiza en el ámbito más estrecho de su Gabinete Ejecutivo. Si la innovación urbana, la apuesta por el progreso de la mano de la tecnología y la incorporación de una forma de ver, entender y hacer las cosas distinta a como se vienen haciendo se convierte en una de las acciones y razón de ser del gobierno municipal, el líder local (y su equipo) habrá de superar muchas resistencias, externas e internas (colaboradores, grupos políticos, grupos de interés, medios de comunicación, expertos (…) y haters, (que abundan en el universo digital) y a una legión de portadores y custodios de las esencias de la ciudad y la convivencia, amenazadas por la intolerable deriva tecnológica de los mandatarios.

Eppure si muove. Estas tensiones, que se reproducen todos los días en los entornos de gobierno municipal, no son en absoluto desconocidas para la humanidad, -que se lo digan a Galileo Galilei o a Miguel Servet- siendo una constante en el debate público continental dese la irrupción de la Ilustración. El contraste de opiniones y el fuego cruzado entre innovadores radicales y abogados de la tradición se vienen reproduciendo, sin solución de continuidad, desde la noche de los tiempos (hace mucho tiempo, alguien mucho menos preparado que tú, pero ciertamente más osado, decidió abandonar la seguridad de la caverna contra el criterio de sus pares), y ha conocido algunos episodios de intensidad doctrinal y efectos prácticos ciertamente relevantes.

metalocus_las ciudades_del_ futurismo_italiano_01_700Desde la respetable decisión de los Menonitas y Amish del medio oeste americano de vivir sus tradiciones bajo la luz de una candela apartados de las tentaciones urbanas, a la fogosa pasión de los futuristas italianos del primer tercio del siglo XX por los vehículos a motor, la vida a rischio y el maquinismo (con un Marinetti como cabeza ideolgica visible de un movimiento que ya en 1909 animaba a demoler las ciudades veneradas («Impugnate i picconi, le scuri, i martelli e demolite senza pietà le città venerate!». Manifiesto Futurista) y que vio surgir a figuras tan interesantes e influyentes como Antonio Sant’Eliá en Arquitectura) nuestras ciudades han sido escenario histórico de muchas de estas tensiones.

Desde luego, estos conflictos doctrinales y prácticos, que apuntan a la organización de sistemas de convivencia y desarrollo en nuestras ciudades, se reproducen ahora, con menor intensidad y pasión, pero con mayor sofisticación, cuando se abren debates sobre la movilidad urbana (desde el patinete eléctrico, hasta las licencias VTC de un Uber o Cabify) o la regulación de los precios máximos de los alquileres (como medidas frente a la gentrificación galopante o los usos/abusos de las plataformas), la renta básica universal, la asignación de recursos, el cambio climático o la apropiación y recuperación de los espacios públicos de nuestras ciudades por la ciudadanía, aunque muchas veces vengan cargados de prejuicios, ideologías o intereses espurios de quienes capitalizan los debates. La ciudad como escenario de muchos de los retos del milenio que acabamos de estrenar.

Quizá, una de los momentos más siniestros de la historia contemporánea, tuvo su origen en la fricción telúrica entre las dos cosmovisiones que se mueven en el continuo vanguardia – tradición en nuestra civilización, aunque en este caso, los peores atributos de la condición humana se impusieron sobre el debate y la elección de modelos de convivencia.

Cuentan sus biógrafos que Saloth Sar, que se ganó un merecido lugar en la historia de la infamia humana con su sobrenombre de Pol Pot, anunciaba en sus discursos a los jemeres rojos un futuro radiante para Camboya, marcado por el destierro de cualquier forma de tecnología y un modelo económico primitivista. Destruir bibliotecas y museos, imponer una vestimenta única para la población, laminar a los intelectuales, proscribir la cultura, vaciar las ciudades de población para desplazarla, forzosamente, a vivir (y sobrevivir) en el campo de su trabajo manual y del trueque, son algunos de las medidas nacidas de la insania de los jemeres rojos, que culminaron con un genocidio sin precedentes en Asia y con un país anclado en términos de desarrollo en la Edad Media, de la que aun no ha logrado sacudirse.

Los visionarios primitivistas han menudeado en la historia (algunos tan nocivos como el sátrapa camboyano), así como otros mandatarios elegidos democráticamente que han hecho de la vuelta radical a las esencias y el desdén por el progreso la razón de ser de sus mandatos, con penosos resultados para sus territorios y poblaciones. Vivimos en democracia, y estas cosas, por suerte, están cada vez más sometidas al escrutinio público, y además, atributos de la democracia representativa, si un mandatario no nos convence, podemos optar por otras listas y programas en las elecciones recurrentes, aunque a veces, tampoco logremos perfeccionar el proceso.

En cualquier caso, y si de experiencias reales en los  entornos municipales de Smart Cities hablamos, recuerdo todavía con escalofríos la intervención de un mandatario público muy significado territorialmente (no daré más pistas) en un pionero Congreso de Ciudades Inteligentes que organizamos hace casi una década, en la que, este cargo electo municipal decidió –sin haber escuchado una sola ponencia de las pronunciadas durante la mañana, y sin haber leído nota alguna sobre el particular, y en todo caso, saltándose arrogantemente el programa definido para el evento- concluir el citado Congreso dando su particularísima visión –rayana en el surrealismo- sobre lo que entendía, entonces, como Ciudad Inteligente y apuntando qué modelo proponía para su municipio.

alcDurante casi 30 interminables minutos de relato, este Alcalde/Alcaldesa, se dedicó a trazar un onomatopéyico parangón entre la Smart City y el sistema digestivo de los mamíferos, y a evocar, con inexplicable deleite, procesos gástricos, tránsitos intestinales, olvidadas funciones del colon, píloro, recto y salva sea la parte que se asimilaban a los de las ciudades, incomodando al auditorio y a su propio equipo con un discurso de neo-primitivismo urbano trasnochado, para infortunio de la audiencia, los patrocinadores del evento y las decenas de funcionarios públicos que voluntariamente asistieron al evento (y claro está, para solaz de los concejales de la oposición). Desde luego, nuestro personaje nunca supo de qué tenía que hablar ni entendió la importancia de su intervención como catalizadora del apoyo a un proyecto emergente de Ciudad Inteligente para el municipio –puede que nadie se lo hubiese explicado, ni le hubiese contado que el municipio ya estaba redactando y destinando recursos económicos a su Hoja de Ruta, es verdad-, lo que no le impidió mostrar una tozuda determinación para dirigirse a su pueblo, recurriendo a los usos, el estilo y a la salmodia de ciertos pregones, que embarrancan en la orilla de los tópicos, los lugares comunes y la demagogia más pedestre.

No hace falta insistir en que el proyecto naufragó ipso facto por la falta de liderazgo municipal, la desbandada de personal implicado y motivado para impulsarlo y por un elemental desconocimiento del medio, lo que provocó pérdida de tiempo y recursos y no pocas críticas de los antagonistas políticos de este mandatario.

La anécdota, al nivel de otras vividas en lugares y culturas diversas, sirve, en todo caso, para poner de manifiesto la necesaria conformación previa, en cualquier proyecto estratégico para la ciudad, de una cadena de códigos, compromisos e intereses compartidos entre líderes municipales, equipos de asesores, empleados públicos y sector privado y ciudadanía que estimulan la interacción y las aportaciones de valor al proyecto, situándolo en el centro de la agenda política, comunicacional y de prioridades del municipio, reforzando su impacto y efectos, aunque como cualquier producto nacido del ingenio humano en nuestras sociedades democráticas, no esté libre de la crítica y la opinión desfavorable de otros.

En este sentido, y no en vano, las ciudades son entes heterogéneos, complejos, dinámicos y netamente originales, y aunque la tecnología que informa el discurso de las Ciudades Inteligentes no deja de ser una herramienta para facilitar y consolidar procesos de cambio, y cuando no, una commodity, lo cierto y verdad es que una visión excesivamente determinista, tecnificada y reduccionista del fenómeno urbano – que sirve igual para un cómic futurista que para una presentación en Power Point en un Congreso Smart City celebrado en 2019- alienta el discurso y la reacción de los neo-primitivistas, que al margen de exóticos planteamientos, ayudan a conjurar el impacto de los relatos mesiánicos y las visiones holísticas bajo licencia en manos de los vendors habituales.

En todo caso, a esta tensión entre tecno-visionarios del «ya» y los custodios de las esencias urbanas hay que añadir un tercer grupo de interés, con el que habitualmente no se cuenta a la hora de definir proyectos, estrategias y servicios para la Ciudad Inteligente que es el de los servidores públicos (public servants), los funcionarios encargados de que las cosas sucedan en una corporación municipal. Desde luego, una cosa es el poder político, y otra bien distinta (salvo que se produzca la denominada captura de ese poder por terceros) la organización y ejecutoria administrativa, que tiene sus propias reglas, tiempos y estímulos.

17Más allá de las naturales resistencias de los NIMBY públicos (que los hay, aunque no tantos como a veces se nos trata de convencer) -y aquí hablo por mi propia experiencia en una corporación municipal- los responsables municipales a cargo de los departamentos y servicios, aquellos verdaderamente comprometidos con su trabajo y conscientes de las múltiples consecuencias para el interés general de hacerlo bien, son a la larga, los mejores aliados para un proyecto de innovación en una estructura administrativa, y convienen sumarlos desde el principio – con voz, voto y consejo (y sin la arrogancia del recién llegado, añado) a estos proyectos, especialmente cuando hablamos de Ciudades Inteligentes, que requieren de actuaciones y decisiones transversales que afectan a una parte importante de la organización municipal.

¿Ejemplos prácticos? Con Alicante Futura, el proyecto de innovación tecnológica y de captación del talento y el negocio emprendedor digital para la ciudad de Alicante que he podido diseñar y coordinar durante estos últimos meses (2019) ha sucedido tal y como lo describo: constante la voluntad y el apoyo político para llevarlo a efecto, los principales aliados para su impulso han sido, en buena medida, los (buenos) profesionales de la administración municipal conscientes de la oportunidad y el impacto del proyecto y conocedores de su papel y necesario concurso para llevarlo a buen puerto.

No soy muy amigo de los acrónimos (más allá de su uso como regla nemotécnica algo pedestre) pero junto a las «P» de (P)Política, (P)royecto y (P)resupuesto que hacen fructificar una determinada iniciativa de innovación en el ámbito de lo público, hay que situar, en igualdad de condiciones,  la «P» de (P)ersonas,  subrayando la capital importancia del factor humano en el impulso de estas iniciativas.

Por esta razón resulta chocante que tantas veces, en la práctica, el responsable técnico municipal de implantar y ejecutar una determinada decisión pública (también tecnológica) sea el último en enterarse de que ha de hacerlo, pues otros han decidido llevarla a efecto sin contar con su opinión o aportaciones, lo que resta capacidad de estímulo, legitimidad y resonancia a una determinada iniciativa, por muy innovadora y  positiva que esta sea para una ciudad.

De igual manera, se echa de menos, en determinadas instancias y administraciones, un órgano de coordinación gubernamental, ungido de la visión estratégica y la capacidad de acción que todo Gabinete de Gobierno debiera integrar, que, más allá de la ejecutoria diaria y los silos competenciales de una Corporación Municipal, sea capaz de articular un proyecto coherente para el municipio, sobre el conocimiento de cuanto se está desarrollando en ese Ayuntamiento en términos de innovación y modernización y de quiénes (unidades administrativas, responsables y freelance públicos) los están llevando a efecto, aunque para ello haya que alinear, ajustar y enderezar determinadas acciones y políticas públicas desarrolladas desde las distintas Concejalías y familias que componen un equipo de Gobierno local. Todos los días, en todos los Ayuntamientos de España y en distintas unidades administrativas locales se producen reuniones redundantes, cacofónicas y reiterativas por falta de organización, noticia o coordinación entre negociados, y esto es bastante improductivo, a la vez que desesperante.

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Capítulo (4). “ES LA AGENDA, ESTÚPIDO”: POLÍTICA Y LIDERAZGO EN LA REPÚBLICA DE DATOS. RETOS HÍPER-LOCALES EN UN ENTORNO SÚPER-GLOBAL.-

Si algo he aprendido en estos años, es que las decisiones estratégicas sobre el futuro de la ciudad requieren del ejercicio efectivo del liderazgo y de la conformación de una agenda política coherente con esa vocación de presidir/acompañar la transformación de la ciudad. En román paladino: no es época para llaneros solitarios.

Probablemente, en la era de las redes y la abundancia de información, que han convertido a nuestras Ciudades en verdaderas Repúblicas de Datos, este liderazgo sea más efectivo cuanto más horizontal y poroso sea, abierto a la compartición de iniciativas, la escucha activa y la evaluación honesta de su ejercicio, pero apuntando a una firme reivindicación de la toma de decisiones y del papel de la política, que ha de crear espacios para la cooperación horizontal y la participación y aportación reticular (en red) de ciudadanos, empresas y grupos de interés.

Mucho ha llovido desde que el dramaturgo español Félix Lope de Vega escribiese en 1620 su pieza teatral “El mejor Alcalde el Rey”, pero la percepción sobre el rol del liderazgo en nuestras ciudades no ha cambiado en exceso, aunque sí lo ha hecho la forma en que los ciudadanos se organizan, discuten y desafían al poder y son capaces de colocar efectivamente los big issues en la agenda de la política y los medios de comunicación, cuando no de marcarlas y definirlas, más allá de las formas tradicionales de organización política y colectiva. Esto lo ha definido inteligentemente el experto en comunicación Antoni Gutiérrez Rubí con su gráfico eslogan “de las sedes a las redes”.

En todo caso, en nuestras ciudades, y por razones de legitimidad, cercanía al elector, espacios competenciales y ciertas pulsiones presidencialistas, este liderazgo parece corresponder, de manera natural a los Alcaldes, Intendentes, Munícipes, Presidentes de Cámara y ha sido y es ejercido con mayor o menor determinación y brillantez en distintos lugares del mundo, habiéndose creado una verdadera liga de “Celebrity-Mayors”, que extienden su influencia y pensamiento más allá de los límites territoriales de su ciudad.

Algunos, además, han abrazado con fervor el uso de las redes sociales (por ellos, o por equipos interpuestos de colaboradores), utilizando esta estructura reticular y digital como plataforma de comunicación, en la que, más allá del estadillo de visitas diarias y la agenda institucional de nuestros munícipes, y a pesar de las inevitables píldoras de autobombo de nuestros líderes (últimamente de la manera más superficial e inane), podemos conocer y participar de una determinada línea de pensamiento y actuación gubernamental  que de otra manera aparecería enmascarada en farragosas notas de prensa y enlaces web que nadie consulta.

Es verdad que, al margen del postureo (impostura) pública sobre un determinado asunto (especialmente aquellos más innovadores y disrruptivos, para cuyo abuso determinados mandatarios parecen no tener medida), si tu Alcalde o tu Alcaldesa tuitea mucho, por ejemplo, sobre Compra Pública Innovadora será, primero, porque le interesa, pero sobre todo, porque algo se está preparando en este ámbito en el municipio.

Dicho esto, no pocos líderes municipales han encontrado en el recurso al imaginario de las Smart Cities un vector de dinamización de las agendas municipales y un contrapunto discursivo a la atonía y al pesimismo generalizado que ha marcado la realidad de unas economías interconectadas mundialmente, frágiles y en todo caso, sometidas a vaivenes permanentes, alentando iniciativas, proyectos exitosos y algunos vanos experimentos que, al calor del despliegue de la tecnología en la ciudad, han gozado de un notable recorrido mediático y de algo menos de popularidad y respaldo social.

Sin embargo, la consolidación de este paradigma genérico de la Smart City ha servido para animar, de manera ciertamente interesante, el panorama de la innovación municipal española, incorporando a la agenda de la política y al ámbito de las decisiones (y a la de los medios de comunicación), un enfoque de renovado interés pragmático en torno al futuro de la ciudad que se ha revelado útil al propugnar el nuevo papel de la tecnología como catalizadora de la modernización urbana, impulsando una vigencia renovada del discurso de la ciudad como espacio de convivencia híbrida (real/digital) y foco de atención y preocupación frente a los retos de la humanidad que acompañan la llegada del nuevo milenio, de naturaleza eminentemente urbana, y que se significan fundamentalmente en clave de escasez de recursos, sobrepoblación, desigualdades y cambio climático.

Esta realidad ha implicado que, al menos para urbes que superan cierto tamaño crítico y poseen una vocación (por pequeña que sea) exterior, los mandatarios municipales hayan de enfrentarse a un nuevo panorama de gobernanza caracterizado por la tensión entre la necesidad de atender desafíos y necesidades híper-locales y el ejercicio de la influencia y las posiciones activas en redes súper-globales, que se traducen en programas de gobierno y decisiones que tratan de equilibrar ambos planos de realidad de las ciudades.

Tal vez el último hype en este debate entre lo local y lo global que tensiona las costuras de nuestras políticas y estructuras municipales sean los estimables Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas (Sustainable Development Goals (SDG)) en lengua inglesa, que han llegado a las Agendas Públicas Locales con la intención de quedarse, promoviendo una reflexión y llamada a la acción global para llevar a efecto sus loables intenciones de erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible.

Ante este escenario muchas ciudades (verdaderos (pequeños) gigantes políticos) se plantean qué hacer y cómo actuar para acoger unos ODS que son lo suficientemente genéricos para que puedan encajar en todo el orbe mundial, lo que ha dado pie a la reconversión de muchos expertos, coaches y traficantes de humo en apóstoles del desarrollo sostenible, enterrando a los líderes políticos municipales con una avalancha de propuestas (algunas que he podido conocer sólo pueden mover a la ternura o la indignación intelectual) que van desde las legítimas propuestas de consultoría taylor-made para Ayuntamientos, a las encendidas (y no por ello menos superficiales) mociones plenarias de los grupos políticos para endosar gubernamentalmente los Fridays for Future o la celebración de eventos (únicos) para concienciar y difundir los valores asociados a los ODS de Naciones Unidas.

Es verdad que hoy resulta difícil (cuando no, directamente injustificable) legislar (también en los ámbitos competenciales municipales) sin cuestionarse el impacto de una determinada decisión y política pública bajo criterios de sostenibilidad, consumo de recursos y afección al cambio climático, pero de ahí a propugnar que la ejecutoria de la política se transforme, de un día para otro, en una cascada de frases altisonantes y bien intencionadas más propias de una vajilla de Mr. Wonderful que del escenario de la comunicación institucional, hay un trecho («no sabía qué ponerme hoy y me puse contento» etc), aunque por alguna razón que se nos escapa, la innovación urbana haya sucumbido también, en no pocas ocasiones, a esta epidemia de moralejas inanes que algunos te descerrajan como si de una nueva fe revelada se tratase.

En todo caso, en un escenario global en el que somos todos navegantes de una sociedad sobre-informada y en cambio permanente, la hora de los autoritarismos, las visiones top-down, o la falta de liderazgos claros ha pasado, y un excelente proyecto de innovación para la ciudad puede disolverse como lágrimas en la lluvia por una elemental ausencia de gente que lo entienda, lo apoye o lo difunda. Por elemental cortesía, me ahorro los ejemplos, aunque las hemerotecas (digitales) están llenas de experimentos fallidos y accidentes nada inteligentes.

Preguntado en una ocasión por la incidencia de la incidencia de las redes sociales en la agenda de gobierno, el célebre ex Alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg apuntó que a él le resultaba imposible gobernar para los próximos 5 minutos, (y cambiando de agenda política cada 5 minutos, añadiría yo), tiempo medio de duración de un hashtag (etiqueta) en la red social Twitter (participo plenamente de esta inteligente manifestación del Alcalde más mediático que ha tenido la ciudad en muchos años). Esta dictadura del ‘tiempo real’, impulsada por los timelines y muros de las redes sociales está obligando a una transmisión incesante de información hacia el usuario/ciudadano y a la provisión de resultados cuasi-inmediatos en relación con las peticiones unívocamente cursadas hacia los ámbitos de gobierno, con objeto de evitar la decepción, el desinterés y el desencanto institucional de los nuevos moradores digitales de nuestras ciudades.

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En un mundo en el que cada ciudadano empuña un terminal digital (si no varios) y en el que estamos construyendo nuevas sociedades urbanas híbridas, en las que la personalidad del individuo se conforma en torno a su interacción física con los demás, pero también, y cada vez en mayor grado, por su conexión permanente con los planos digitales y de híper-realidad que derivan de su pertenencia a difusas comunidades virtuales en las que los lazos se construyen sobre flujos de información y el desdoblamiento en múltiples identidades digitales (un solo individuo, varias personalidades digitales, no necesariamente complementarias ni genuinas y además sometidas al denominado FOMO, Fear of missing out el miedo a quedar fuera de estas redes por inactividad) a la percepción y gestión de un tiempo real nacido de nuestra pertenencia a una sociedad territorial se impone, implacablemente, la consideración de un nuevo tiempo digital mucho más rápido y apremiante, que está dando lugar a la aparición de conductas –especialmente entre las capas más jóvenes de nuestra sociedad y más (voluntariamente) expuestas al universo de las redes sociales- crecientemente intolerantes en relación con la gestión de los tiempos de espera, afectando también este proceso al campo de la gobernanza y la toma de decisiones y su comunicación hacia la ciudadanía.

Desde luego, en ámbitos empresariales y comerciales (banca, seguros, tecnología, etc) se libra una costosísima batalla por comprender y seducir a los Millennials, Centennials etc (a mí, para el ámbito de las ciudades me gusta llamarlos Digizens, Digital-Citizens), que no se ha trasladado, de momento, al entorno de la innovación urbana y al compromiso generacional, presente y futuro, con las ciudades. Hay trabajo que hacer en este campo. Va todo muy rápido en nuestras ciudades. Grande velocidade.

[Continuará…]

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