URBAN 360º, the blog edited by Pablo Sánchez Chillón, Urban Planning Lawyer, International Speaker, Strategy and Public Affairs Advisor and Urban Advocate. Pablo is Co-founder of Sánchez Chillón & Foro Global Alicante, Urban Innovation Advocates, Consultants & Lawyers (Spain).
Ciudades, Agenda Global y Soft-Power Urbano.
Vengo, hace algún tiempo, analizando las estrategias, las políticas y las acciones de comunicación de las ciudades en relación con la proyección exterior de sus activos intangibles, sus nuevas narrativas urbanas y la dimensión internacional de sus competencias, de manera coherente con la consolidación de una constelación de foros, redes para la interacción gubernamental y nuevos espacios para el diálogo y la decisión política sindicada en los que las ciudades y una miríada de actores urbanos empiezan a tejer un nuevo escenario para la Gobernanza mundial, más allá del tradicional rol asignado a los estados nación.
En efecto, hace unos meses defendí la emergencia de un nuevo paradigma (otro, diréis…) de Diplomacia de Ciudades y Urban Advocacy en el marco de una arena internacional elástica, compleja y alternativamente físico-digital, y que, sobre la base de la compartición de diagnósticos sobre una serie de problemas de naturaleza universal que se manifiestan con especial entidad en los entornos urbanos (como las cuestiones relativas al cambio climático) y a lomos de un nuevo relato sobre la capacidad y activos de las ciudades para afrontarlos (innovación, resiliencia, economía circular como testimonio de un nuevo Soft-Power urbano) finalizaba con la reivindicación de una suerte de redistribución del poder hacia los gobiernos municipales (en línea con las iniciativas llevadas a cabo recientemente en el Reino Unido) y la reflexión sobre la creciente habilidad de los municipios para fijar agendas de gobierno y conformar la narrativa política global.
Así, eventos e iniciativas como la influyente COP21 que se celebró en la resiliente París hace algunos años y sus secuelas, el encuentro del Papa Francisco (y su nuevo enfoque de Diplomacia Vaticana) con un Parlamento de Alcaldes mundiales o las múltiples iniciativas y foros mundiales en los que Alcaldes, Ciudades y actores urbanos se citan para dar firma, contenido y proyección global a la influyente agenda urbana en este siglo XXI, confirman esta tendencia y le dan una dimensión universal al rol de las ciudades en esta nueva Gobernanza mundial que es (o parece) más horizontal, menos intermediada y en todo caso, más plural y mejor comunicada.
Igualmente, en el plano de la acción exterior, existe una indudable agenda urbana ordinaria, que es dinámica y global y que se inserta en el marco de la política, los negocios y las relaciones internacionales y que debe ser atendida de modo preferente por los territorios y que adquiere una dimensión extraordinaria cuando, por ejemplo, capitales del mundo compiten de manera periódica por acoger eventos de relevancia universal como los Juegos Olímpicos o los Mundiales de Fútbol, por ser premiadas con reconocimientos reputacionales (Vitoria – European Green Capital 2012, Barcelona Icapital 2014, etc), por ser sede de cumbres, eventos y encuentros de orden político, académico o cultural (Medellín, sede del World Urban Forum de ONU – Habitat en abril de 2014 / Quito en 2015 – recomiendo la lectura de la crónica de mi amigo el profesor Carlos Moreno sobre el WUF) o por ser destinatarias de inversiones millonarias asociadas a la ejecución de infraestructuras (como el acelerador de partículas del CERN en la frontera franco-suiza).
En todo caso, parece necesario reconocerle a la nueva Diplomacia Urbana un rol que va más allá del que tradicionalmente le ha reconocido la doctrina, las escuelas de negocios y el emergente mercadillo de la Consultoría de City Marketing (resurgida ahora como Place Branding), confirmando, sobre la base de la observación de la evolución dinámica de esta tendencia en nuestro entorno y las acciones impulsadas por ciudades y capitales de todas las latitudes, una creciente relevancia no sólo del nuevo enfoque relacional y reticular de esta entente globale de ciudades sino, también, y de manera especialmente determinante, de una nueva comunicación de las virtudes y valores de las ciudades y sus actores basada en la notoriedad de una serie de activos intangibles que arraigan con especial fertilidad en los ecosistemas urbanos y de gobernanza municipal.
Por este motivo, parece indispensable prestarle ya toda atención al emergente papel de las ciudades en esta arena internacional y a las herramientas, estructuras y estrategias que desde los ámbitos públicos (pero también crecientemente desde los privados) de estas ciudades se idean y ejecutan para la promoción, defensa y protección (proactiva y reactiva) de sus específicos intereses y de sus activos intangibles (reputación, identidad, marca), con creciente incidencia en las decisiones de gobierno, los presupuestos municipales, y en la capacitación de cuadros directivos públicos municipales para la conformación y difusión de un relato plural de la ciudad que se escribe cada día con la aportación de múltiples actores e instancias de lo urbano.
Ciudades, Poder Urbano y nueva Legitimidad Democrática.
Si nuestras ciudades ganan peso y relevancia en la esfera de poder mundial, en un contexto de urgencia ante determinados retos globales, de creciente interdependencia del poder y de conformación de nuevas agendas de gobernanza universal, es, sin duda, porque se han convertido en parte del problema y de la solución del mismo y han sabido postulares como espacios idóneos para el ejercicio de una suerte de principio de subsidiariedad urbana valorado por la ciudadanía (las soluciones políticas a los problemas de las ciudades deben partir de las propias estructuras de la ciudad y sus actores) y en laboratorios para la experimentación de iniciativas de colaboración y nueva gobernanza, que, cuando funcionan correctamente acrecientan el sentimiento de pertenencia a las comunidades urbanas de sus miembros.
En todo caso a ello contribuye, sin duda, un contexto de nueva sociabilidad urbana como el actual, marcado por la irrupción global de una legión de Digizens informados, por la consolidación de patrones de comportamiento asociados a una alteridad físico-digital que se desarrolla crecientemente a través de múltiples herramientas tecnológicas y dispositivos conectados, por la consolidación de una cultura-red, -de carácter extensivo y universal pero aquejada del vicio de la superficialidad de los saberes, y por la imposición de una suerte de pragmatismo del tiempo real que obliga a gobernantes e instituciones por un lado, y a empresas y actores económicos, por el otro, a dar respuestas inmediatas a cuestiones planteadas por la ciudadanía y los consumidores que hasta hace bien poco se hacían descansar en procesos y dinámicas que o bien resultaban desconocidos en su desarrollo o bien permanecían totalmente ocultos, otorgando a quienes los regían cierto grado de autonomía y gestión del tiempo en las respuestas.
Por este motivo considero que asistimos en nuestros días a una doble evolución de la materia prima de la Gobernanza, que incide fundamentalmente en los entornos de las ciudades, que se han convertido por múltiples razones en una suerte de playground para la experimentación política, especialmente relevante en el campo de la participación y la transparencia.
En efecto, la primera de estas cuestiones apunta a la consolidación de una suerte de vecindad digital ampliada a través de las redes sociales que obliga a entender que mis vecinos, mi audiencia y mis administrados (termino clásico del Derecho Público ciertamente revelador de cierto enfoque top-down de la gestión pública) no se organizan ya exclusivamente en torno a códigos postales/zip codes sino de manera creciente alrededor de hubs digitales y arenas difusas de interacción en redes glocales (la gente se ha ido a vivir a las redes sociales), ampliando de manera sorprendente el espectro de personas vinculadas sentimental y funcionalmente al devenir de las ciudades, con independencia de su lugar de residencia. El engagement ya no va por barrios sino que viaja y se viraliza en las redes sociales, y ello obliga a diseñar procesos pensando en una colectividad agazapada en los rincones del universo Internet.
Por otro lado, el creciente colapso de la intermediación (política, social, empresarial etc – Moisés Naïm lo consideraría un síntoma del Fin del Poder) y la irrupción de una generación de ciudadanos bien informados y dotados de armas de interacción y auto-organización masiva en sus bolsillos que les permiten armar y dar carta de naturaleza a numerosas iniciativas y procesos que inciden en la conformación de aquello que antaño se llamó opinión pública y que se articula al margen de los cauces tradicionales de participación en la vida pública, ha provocado que las agendas de la política y la comunicación se hayan vuelto cada vez más vulnerables y horizontales, generando redes y vectores de interés que caben en un hashtag.
Por este motivo, quienes rigen las políticas municipales, sin renunciar a sus programas y al ejercicio de la acción de gobierno (marcada por la toma de decisiones responsables y la vigencia de la política como arte de lo posible) han de aprender a convivir con este ecosistema difuso de interacción híbrida digital-real con la ciudadanía y con las múltiples escalas de observación y opinión amplificadas por las redes sociales, tratando de ajustar sus mensajes e iniciativas a esta nuevo escenario de participación no intermediada que combina elementos de proximidad e híper-localidad con una dimensión de pensamiento y opinión globales.
En este sentido, la consolidada percepción de la vigencia de una dictadura del ‘tiempo real’, impulsada por los timelines y muros de las redes sociales y la sensación de creciente vulnerabilidad para los mandatarios y sus equipos provocada por la aparente sensación de vigilancia infatigable de lo público (un ojo que todo lo ve que haría sonrojar al de Mordor por irrelevante y al que el Comunicador Antoni Gutiérrez-Rubí ha denominado gráficamente “Política Vigilada” está condicionando de manera efectiva, y añado yo, no siempre para bien, los ámbitos de la política, con efectos alternativamente benéficos y/o distorsionadores sobre los procesos y tiempos de la toma de decisiones municipales, que si bien en no pocas ocasiones se vuelven aparentemente más democráticos y transparentes (ejercicio saludable), pueden provocar en los gestores públicos un mix de sensaciones entre aquello que se denominó “parálisis por análisis” y el tradicional miedo escénico de quienes se enfrentan a una rugiente audiencia informada, escéptica y crecientemente decepcionada.
Preguntado en una ocasión por la incidencia de la incidencia de las redes sociales e Internet en la agenda de gobierno de una mega-capital, el célebre ex Alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg apuntó que a él le resultaba imposible gobernar para los próximos 5 minutos, (y cambiando de agenda política cada 5 minutos, añadiría yo), tiempo medio de duración de un hashtag (etiqueta) en la red social Twitter.
En un contexto de creciente desconfianza en las instituciones que revelan baremos como el que publica cada año Transparencia Internacional, este estadio de vigilancia de lo público, malentendido en no pocas ocasiones en mentalidad de asedio, y la inconsciente adopción por los gobernantes más sensibles a sus efectos de una suerte de imperativo categórico neo-kantiano “Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal» podría terminar imponiendo un estándar de gobernanza híper-prudente y romo y que partiendo de un enfoque transaccional apriorístico podría, llegado el caso, contribuir a la irrupción de enfoques y disciplinas que apuntarían a la irrelevancia de la política y la toma de decisiones, que podrían ser sustituidas por herramientas tecnológicas (por ejemplo, sobre la base de evolucionados algoritmos y enfoques Big Data) que permitieran alumbrar una suerte de gobierno perfecto, predictivo y tecnologizado, carente de espacios para el disenso y el error.
En consecuencia, el eventual destierro de la elección y el error como atributos de la toma pública de decisiones y la erosión de los marcos de imputabilidad de los mismos (no fui yo, fue el algoritmo), conducirían, indiscriminadamente a la erosión de la idea misma de la responsabilidad personal y colegiada de la acción de gobierno, que está en la clave de nuestro sistema democrático (y esto no vale sólo para las ciudades, obviamente).
Hace unos días, y aprovechando la nueva opción de encuestas a través de Twitter, animé a un grupo de distinguidos amigos/colegas en los ámbitos de la innovación urbana y la gobernanza a cuestionarse si aceptarían que los algoritmos perfectos sustituyeran gobiernos y la decisión política. Los resultados no dejaron lugar a dudas: un 20% opinó que sí, y un 80% manifestó su oposición a esta eventualidad.
No obstante, y pese a todos estos riesgos e imperfecciones sistémicas, parece evidente que, en el ámbito de las ciudades, y por extensión, en el de la gobernanza territorial, la sana compartición ad nauseam de información y conocimiento, la progresiva desaparición de espacios de opacidad y el nuevo afán por la transparencia y la accountability del que hacen gala los gobernantes más virtuosos, unidos al deleite erótico por el detalle del dato abierto y publicado (defiendo que hay gobiernos que a fuerza de ser transparentes se han vuelto del todo invisibles) han impulsado la aparición de nuevas dimensiones para la legitimidad de la acción de gobierno municipal por cuanto ésta se muestra más capaz y dispuesta (al menos aparentemente) que otras instancias de poder para impulsar –puntualmente- una novedosa acción de gobierno, que, canalizada a través de iniciativas que apuntan a la participación ciudadana y la corresponsabilidad en la toma de decisiones, ayudan a conformar un relato atractivo e interesante de las ciudades como nuevos espacios para la gobernanza.
El (buen) Urbanismo como terra incognita en la comunicación de la acción global de las Ciudades.
Si observamos a nuestro alrededor, podremos detectar una creciente legión de capitales que, partiendo de estrategias y reflexiones frecuentemente solventes, han abrazado con interés el arte del storytelling urbano y la nueva diplomacia de ciudad, buscando erigirse en territorios idóneos para la innovación (París), el emprendedurismo (Amsterdam), la inteligencia urbana (Barcelona), la nueva economía colaborativa (Seúl) o el enfoque low carbon (Copenhangen), por citar algunos de los etéreos vectores comunicacionales que marcan el discurso de las ciudades con vocación global y que corren el riesgo de comoditizarse y desgastarse (pues todos ofrecen lo mismo al mismo tiempo).
En todo caso, esta vocación global, que afecta a muchos ámbitos de ejercicio del gobierno municipal de estas ciudades (programas de inversiones, políticas industriales, estímulos fiscales y empresariales, turismo, políticas de empleo e internacionalización de activos e infraestructuras etc) incide, de manera especial en el campo de la (re) planificación urbana y el diseño de la ciudad (verdaderas palancas de transformación y dinamización comunitaria y reclamos para la inversión exterior), aunque no siempre emerge este plano de la acción sobre la forma y sustancia de la ciudad como la primera dimensión para la proyección global de las ciudades.
En este sentido, y de manera paradójica, el urbanismo de calidad, la optimización de usos urbanos y su reversibilidad adaptativa, la morfología funcional de los espacios públicos y su belleza, y en fin, el buen diseño territorial y sus capacidades de interacción con una ciudadanía cada vez más híper-conectada (interacción digital y real) no ocupan un lugar preferente en la agenda de la política municipal que se dice con vocación global, ni en los planes estratégicos de los municipios, pues parece que en muchos lugares el urbanismo cumple su función de mero proveedor masivo de recursos inmobiliarios, bajo estándares de pura funcionalidad y sometido exclusivamente a las leyes de un mercado especulativo que se ha revelado no pocas veces nefasto para nuestras ciudades.
Defiendo que a la natural necesidad de gestionar de modo óptimo los recursos públicos y de atender las necesidades funcionales de la ciudadanía (que está en la base del buen gobierno de la cosa pública municipal) , todo programa de actuación e iniciativa que incida sobre el espacio y relato (percibido) de cualquier ciudad promovido por los poderes públicos debería incorporar, siempre, y de modo inexcusable, al menos los 3 primeros mandamientos de lo que denomino Libro Blanco de la Diplomacia Urbana, en su derivada en el ámbito del diseño y la planificación urbana:
- la necesidad de ser conocidos y reconocidos como ciudad (Autenticidad Relevante)
- la exigencia de generar un sincero compromiso ciudadano (Engagement Civicéntrico)
- la vocación de potenciar el contagioso sentimiento de pertenencia identitaria al lugar (Advocacy Territorial)
Estos 3 elementos, que son la base de un eficiente programa de Embajada de la Ciudad basada en los activos intangibles del territorio (reputación, marca, identidad) y desarrollada mediante una estrategia multicanal y multiplicidad de actores (actores institucionales, ciudadanos, expatriados, influencers digitales etc), contribuyen, sin duda, a reforzar los componentes del Poder Blando/ Soft-Power del que hacen gala las Ciudades con vocación global en la arena internacional.
Tomaremos en este punto el ejemplo de la ciudad de Madrid como punto de partida para esta reflexión sobre la alineación de nuevos relatos y narrativas urbanas con vocación de influencia global con la dimensión simbólica de la ordenación y planificación de la ciudad, a raíz de una serie de iniciativas impulsadas por la capital de España en las últimas fechas.
Madrid: de asientos, iconos y participación ciudadana.
Hace unos días, y valorando la evidente incidencia sobre los activos intangibles que identifican a Madrid en el coro universal de voces urbanas y ayudan a configurar su percepción global, me atreví a comentar en algún medio de comunicación que Madrid, puede que de manera algo asistemática y eventualmente atropellada, esté pretendiendo subrayar una dimensión de ciudad abierta a la participación ciudadana en diversas iniciativas que afectan al gobierno municipal y a la toma de decisiones sobre espacios y usos de la ciudad, como derivada de su nuevo relato de ciudad, y todo ello no obstante la insólita ausencia de la capital (o de sus representantes y potenciales embajadores) / la irrelevancia de su participación en algunos de los eventos y convocatorias más adecuadas para el ejercicio de este nuevo enfoque de ciudad abierta a la innovación en sus procesos y comprometida con las redes de intercambio de conocimiento y experiencias, que bien podrían deberse a la juventud del mandato de la Corporación de la Alcaldesa Carmena o a una discutible priorización de otros temas en la agenda política municipal (desde luego, y por citar un ejemplo reciente, su presencia en el Smart City Expo World Congress 2015 , del que acabo de regresar, ha tendido a cero, por usar una metáfora matemática).
En este orden de cosas, leía hace unos días con interés (en redes sociales y medios de comunicación digital que el Área de Desarrollo Urbano Sostenible del Ayuntamiento de Madrid ha lanzado una iniciativa en la que se invita a la ciudadanía a presentar sus propuestas para sustituir los asientos individuales en los espacios públicos e instalar otros que sean del gusto de los madrileños (sic) y que se convierta, por razones de diseño, funcionalidad y (parece que), reputacionales, en un banco que pueda llegar a representar a Madrid en el mundo, para orgullo de sus habitantes, activando recursos e imaginarios que apuntan a la participación pública, la inteligencia colectiva y la innovación social como vectores ultra-vanguardistas de comunicación y difusión del proyecto.
En el fondo, y como veremos más adelante, el Ayuntamiento madrileño, cuya Junta de Gobierno (de corte progresista, no obstante lo polisémico del término) está liderada por la Alcaldesa Manuela Carmena y que asumió el poder en junio de 2015 tras una serie de gobiernos conservadores, ha decidido sustituir 500 bancos (asientos) del municipio (tanto los individuales dispersos por la capital española como aquellos otros de uso colectivo tildados de bancos antimendigos por incorporar una barra transversal que impiden tumbarse en los mismos) haciendo (en principio) un llamamiento a la participación ciudadana en el proceso (mediada, como veremos a continuación), y abriendo un interesante debate sobre la función, usos y aprovechamiento de los espacios públicos de la capital española, en línea con otros procesos de reflexión urbana (con intensidades ideológicas diversas) que se están desarrollando de manera contemporánea en distintas ciudades europeas y americanas.
En todo caso, la noticia de la sustitución de bancadas públicas, que probablemente resulte escasamente relevante en términos informativos dado el ruido que nos acompaña en el país durante estos días (y el horror que proviene de la dolorida y resiliente ciudad de París, despúes de los tristísimos atentados terroristas de hace unos días), y que no dejaría de constituir un pequeño deleite para incondicionales del show business de la renovada política municipal española, o aun, un aperitivo para bases electorales hambrientas de acción en un contexto marcado por la frugalidad del menú de iniciativas políticas de los Ayuntamientos en tiempos de estrecheces presupuestarias, cobra, a mi juicio, especial interés en relación con sus derivadas en los ámbitos de la comunicación política, el (permanente) debate sobre el modelo de ciudad, la colaboración ¿horizontal? entre los diversos actores urbanos en su planificación y la correcta/incorrecta gestión del vector de la innovación municipal, siempre y cuando esta iniciativa madrileña se analice con cierto detenimiento, escasa pasión y algo de la natural desviación profesional hacia el urbanismo, los intangibles de la ciudad y la diplomacia urbana que caracterizan este espacio digital que aborda los 360º de la Ciudad.
Para quien esto escribe, el proyecto del Ayuntamiento madrileño resulta una excusa idónea para formular una serie de reflexiones sobre cuestiones que afectan a la Gobernanza de nuestras ciudades y a su diseño y planificación (en un momento en el que la gente parece haberse ido a vivir a las redes sociales), y todo ello a partir de un proyecto concreto de licitación pública que incidirá en la infraestructura y morfología urbana de Madrid, pero también, según apuntan sus impulsores con mayor fe que datos empíricos y detalle, en el ámbito de la participación pública, el debate sobre la identidad y el sentimiento de pertenencia ciudadanos y en las esferas de relevancia, notoriedad y marketing de la capital española, buscando extraer conclusiones que puedan ser aplicadas, eventualmente, a otras ciudades y territorios que transiten por escenarios parecidos.
Aunque sin llegar a los niveles de la Barcelona de los años 80 y 90 que impulsó, de la mano del deconstructivismo arquitectónico, el advenimiento de las denominadas “Plazas duras”, espacios comunes deshumanizados caracterizados por la ausencia de vegetación y la proliferación de cemento (tan naturalmente incompatibles con la percepción de Barcelona como ciudad mediterránea a escala humana), ni atesorar tantos espacios públicos ‘privatizados’ semi-vacantes y sometidos a control permanente por videocámaras como los que podemos encontrar en algunos lugares como la City de Londres (Vid) y que han dado lugar a una interesante literatura sobre los denominados “Privately owned public space (POPS)”, lo cierto y verdad es que Madrid no se ha caracterizado en los últimos tiempos por generar esos espacios compartidos de calidad urbana, tan necesarios siempre en las ciudades pero especialmente decisivos en épocas de creciente desapego a las cuestiones territoriales por la presencia de dispositivos (smartphones, tablets, weareables etc) a través de los cuales percibimos una realidad mediada de las ciudades y espacios urbanos por los que deambulamos.
Por este motivo, la iniciativa de sustitución a través de un proceso de reflexión colectiva, de las bancadas públicas de la ciudad de Madrid, ha puesto de manifiesto dos de las ideas que vengo defendiendo en este artículo y que apuntan, por un lado, a la necesidad de articular soluciones híper-locales aludiendo a una nueva escala de valores y formas de entender el gobierno de la cosa pública (se hace un llamamiento a la participación ciudadana (por polisémico que ello resulte) para sustituir estos asientos antimendigos y se comunica convenientemente a los 4 puntos cardinales, y por otro se busca incorporar a esta decisión sobre el espacio compartido y percibido de la ciudad (recayente en el ámbito de la planificación municipal de usos urbanos) una dimensión global e icónica que permita identificar a la ciudad, poniendo de manifiesto las herramientas de Soft-Power y Diplomacia Urbana de Madrid, por elementales que estas puedan parecer en la articulación de esta iniciativa.
Con la idea de diseñar e instalar un banco que pueda llegar a representar a Madrid en el mundo, el Ayuntamiento propone diseñar (colectivamente) un modelo característico de banco para la ciudad siguiendo el ejemplo de Boston. «Allí tienen un banco típico. Es una pieza estudiada que es utilizada en la mayor parte de los espacios públicos», ha manifestado José María Ezquiaga, Decano de Colegio de Arquitectos de Madrid e impulsor, junto al Ayuntamiento, del proceso de creatividad identitaria abierta y colectiva.
En este sentido, hace unos días, coincidiendo con la noticia del lanzamiento de la iniciativa popular para sustituir las bancadas del municipio, la revista Yorokobu, que habitualmente encuentra un enfoque de certera originalidad para los temas que aborda y que ya dedicó un artículo meses atrás a la ominosa relación del municipio madrileño con los espacios públicos (“Madrid no es ciudad para bancos: un relato futurista sobre el mobiliario urbano”), , daba cuenta de que sólo en Madrid (que dispone de unos 73.000 bancos instalados en sus calles) podemos encontrar más de 100 tipos distintos , lo que da idea, a priori, de la diversidad de espacios y tipologías urbanas que obligan a tal exhibición de variedad mobiliaria o (lo que puede ser más probable) de la ausencia (voluntaria o lo contrario) de unos criterios elementales en términos de diseño de espacios urbanos que pueda ser asociado con una identidad morfológica propia y unas características específicas que, agregadas, hagan reconocibles a estos lugares de la capital de España, diferenciándolos de los de otras ciudades.
Aunque puede que algunos lo llamen servidumbres de la marca-territorio yo preferiría denominarlo simplemente, coherencia en términos de diseño, elemental cuidado por la estética y una derivada de la natural (e imprescindible) vocación de globalidad (en términos de trascendencia e influencia internacionales) que ha de caracterizar, al menos con carácter esencial, la acción de gobierno de toda capital que pretenda ser positivamente relevante en un mundo-red de ciudades en el que la originalidad y la autenticidad territoriales libran una cruenta batalla con las fuerzas de la uniformidad morfológica, los filtros embellecedores y la impostura urbanas, en pleno sarampión de lo que en algún lugar he denominado (sin ánimo de ofender) el Urbanismo de Instagram.
Lo que conocemos de la iniciativa madrileña, comparable en su alcance con otros impulsadas desde diversas capitales mundiales en distintos ámbitos del diseño urbano y la ocupación de los espacios públicos, (hay ciudades como Barcelona, Vancouver o Copenhague que hicieron de su planificación y morfología vectores de un relato de virtuosismo urbano) y la constatación de una búsqueda de espacios narrativos propios sobre nuevos yacimientos intangibles (ciudad de la participación, sostenibilidad, de la calidad del espacio urbano etc) nos permite intuir una cierta vocación de trascendencia territorial y narrativa en la acción de gobierno municipal de la capital española que desde aquí valoramos positivamente, en línea con esta obligatoriedad no declarada, para los grandes players de la escena urbana mundial, de influir en el relato global y ejercitar su Soft-Power territorial.
En todo caso, habrá quien quiera proyectar un horizonte de gruesos y oscuros nubarrones sobre la experiencia madrileña de participación colectiva en el diseño de equipamientos urbanos, invocando, con carácter disuasor, el nítido recuerdo de las experiencias fallidas vividas en un pasado reciente por otras capitales europeas. En este sentido, tal vez uno de los ejemplos más lacerantes al respecto sea el de la consulta popular impulsado por el Ayuntamiento de Barcelona para la transformación de la Avenida Diagonal de Barcelona, que terminó en un estrepitoso fracaso -4 de cada 5 personas que votó lo hizo por no reformar la avenida catalana-, poniendo en evidencia el rechazo ciudadano a la iniciativa consistorial (y llevándose por delante, al Primer Teniente de Alcalde del municipio, primero, y a Jordi Hereu, Alcalde, después).
Al fin y al cabo, el difícil matrimonio entre urbanismo-participación ciudadana no es algo nuevo, y habrá que ver si la iniciativa de sustitución de bancos en Madrid, por prudente y aparentemente inocua que sea, vuelve a proyectar sobre la ciudad y su narrativa de capital global un nuevo episodio del conflicto dialéctico entre elites de especialistas y neófitos, añadiendo varios grados de intensidad a la tensión no resuelta entre los Príncipes del Urbanismo y la grey democratizadora del proceso de diseño de las ciudades o si por el contrario encuentra inspiración en las interesantes experiencias comparadas que apuntan a terceras vías en las que participación ciudadana y conocimiento experto se alinean de manera fructífera al servicio de proyectos de planificación y diseño urbanos (en todas las escalas).
De ello trata, con carácter recentísimo y notoriamente testimonial, el proyecto “Construir en Colectivo” que, impulsado por el Colectivo de Arquitectos La Col de Barcelona busca en estos días financiación en formato crowdfunding (de recompensa) en la plataforma Goteopara lanzar un Libro que busca distinguir la calidad de los procesos participativos, difundir las buenas prácticas y cultivar la cultura de la participación en nuestra sociedad
El tiempo lo dirá (y yo lo contaré aquí).
¡Extraordinaria conceptualización de las ciudades! La pregunta esencial a responder es: cómo hacer políticamente viable, lo técnicamente indispensable.
Carlos Gadsden
Fundación Internacional para el Desarrollo de Gobiernos Confiables
Ciudad de México
http://www.gobiernosconfiables.org